24 de febrero de 2008

Pensar la hegemonía

Yo sigo en mis trece; me resulta cada vez más patente que de alguna manera ser hombre no ayuda a entrar en el mundo de los estudios de género (léase de la mujer), en un momento dado que yo sea académico me pueda validar (al igual que un oncólogo no tiene que tener cáncer para esta legitimado para hablar del tema), pero al ponerme en el oscuro papel de alumno todo aquello que me legitimaba queda invisibilizado y, casi de manera automática, aparece mis otros roles sociales: mi apariencia de masculinidad, mi apariencia de ser heterosexual y mi presunta hegemonía social. Es decir, sólo si se me supiera la carencia de algún atributo de mi supuesta superioridad estaría legitimado, es decir, habría de ser homosexual, gay, tuerto, negro, cojo, hispano o testigo de Jehová. Pero para no hacer de esto un muro de las lamentaciones tenemos que entender que aquí estamos ante un discurso de la curiosidad, el mío, que choca frontalmente contra todo aquello que se asume de una manera parcial por los estudios de género (en cierta medida un saber/poder académico), que ven en cada hombre un símbolo fálico de la opresión y el poder absoluto de los hombres, porque si se claudica, si se reconoce en algún momento que un hombre, que aparentemente es la muestra de la hegemonía, se acerca al coto de estos estudios quedará roto todo aquello por lo que aparentemente se lucha. Pero el problema es más complejo que todo esto, ya que en cierta medida si la mujer es una construcción en el estar, el hombre lo es de la misma manera, y de alguna manera la ruptura del ser sólo puede realizarse desde las subjetividades sociales.
Una ultima cosa, es muy interesante el trabajo del antropólogo e historiador Óscar Guasch ¿Qué hay debajo de la políticas de igualdad?, donde plantea una cierta crítica a las políticas de igualdad y muestra, digamos, una tercera vía.

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