13 de febrero de 2008

A por el del fondo

No quiero dejar pasar la oportunidad que se me ofrece para deciros que en este doctorado me he sentido fuera de lugar más de una vez -esto no quiere decir que siempre–, esa sensación de que sobras y que tu opinión es de alguna manera deslegitimada (y que conste también que todas mis compañeras me demuestran un cariño que es reciproco). Como profesor es un acto de humildad muy grande ponerse en el papel de alumno pero muy interesante (recomiendo hacerlo de vez en cuando), porque te haces consciente de la enorme diferencia, jerarquía y distancia impuesta en la relación (asimétrica) entre profesor y alumno. Pero aquí no hablo de la relación saber/poder, sino de que si me ha hecho sentir fuera de lugar por el hecho de que, más de una de mis profesoras, han supuesto que mi estado me sitúa en el papel expiatorio de toda la masculunidad; de hecho, nunca me han preguntado ninguna si soy o no hombre, simplemente, me han negado por que parezco lo que casi con toda seguridad puede que sea. En última instancia, no serán pocas las que afirmen que está bien que un "hombre" sufra sobre su piel lo que ellas llevan viviendo desde hace miles y miles de años. En fin, es seguro que habrá otras razones, pero todas se resumen en mi condición esencializada, planteada en un discurso de discriminización positiva, de que el que aquí ahora les escribe es un "hombre". Me matriculé de esto para ver si aprendía algo de género y les puedo asegurar que algo he aprendido. En fin que soy el candidato ideal de OH en la medida que se me ocurrió pasar por aquí, el consuelo de ellas es que simplemente soy un alumno (en masculino-singular) y por lo tanto de paso, en transito y en proceso de degeneración.

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